La niña de fuego
— ¿Estarás bien a
partir de ahora Sekime? — Una maólica de pelaje blanco como el alabastro salía
de aquel furgón gris con los puños apretados. Las letras OITAN se podían ver
pintadas a ambos laterales del vehículo junto con los dibujos de un par de
colas blancas, casualmente idénticas a las de la mujer que acababa de salir de
allí.
A las afueras de Blackriver, una
pequeña aldea situada en el extremo oeste de Veritia, una localidad donde todos
se conocían y donde era imposible mantener un secreto. Sus habitantes eran mal
conocidos por hablar más que respirar pero gracias a ello era de los mejores
sitios del continente para meterse dentro de asuntos turbios. La localidad o
bien recibía visitas con objetivo de conseguir información, o bien visitas
temporales para ir al puerto, el único del área que disponía de unas tarifas
para el continente helado, Eronhen.
La joven permaneció callada,
apretando sus puños y bajando la mirada hasta el suelo. El conductor del auto
espetó a su compañero. —Dresh, déjala en paz, después de todo lo que ha vivido lo
raro sería que hablara con nosotros— Afirmó con la cabeza
al tiempo que soltaba un perceptible suspiro. —Si… tienes razón, de
todas maneras…— Se dio la vuelta y abrió una pequeña bolsa de plástico que se
encontraba en una esquina del vehículo. —Toma, si pasa cualquier cosa, no lo
quiera la divina, quizás esto te saque del apuro— Agarró una de las cálidas
manos de ella entregándole una tarjeta color, mitad blanco, mitad negro con la
misma marca que tenía el furgón en color rojo. Tras eso se despidió con una
sonrisa, golpeó la puerta para cerrarla y se alejó del puerto perdiéndose en el
atardecer.
Ella volvió a
levantar su cabeza, la giró para encararse hacia el barco, aún se veía una gran
cantidad de gente haciendo cola para entrar, mayormente humanos, pero también
algún maólico y un elfo con sombrero de copa negro que destacaba sobre el resto.
En una esquina se veía aparcado un pequeño coche color rojo brillante,
probablemente acababan de relucirlo y saliendo por una de sus brillantes
puertas traseras una chica, se veía por la forma de su cuerpo que no llegaría a
los 20 años, el pelo largo y rubio llegándole un poco por debajo de los
hombros, llevaba una camisa de tela sin mangas de color beige junto con unos
vaqueros pequeños que no llegaban a la rodilla, la acompañaba un par de maletas
de ruedas cerradas ambas con candados plateados encima de unos ribetes dorados
probablemente para distinguirlas del resto. Una mujer de pelo castaño y mucho
más corto y rizado hablaba con ella desde el asiento del conductor.
La maólica empezó su
camino hacia la cola para entrar al barco, guardó sus manos en la chaqueta
negra que llevaba la cual gracias a la capucha ocultaba sus orejas. — ¿Eres la última? — La
sorprendió la voz de una rubia, la misma que había visto antes. Respondió a su pregunta con un leve gesto de cabeza y una voz
tan fina como un susurro. — Si…—.
Dirigió su mirada
una vez más hacia el barco en el que pronto entraría, ya se podía ver a ese
elfo con sombrero de copa entrando, el extremo de su traje ondeando al viento
que traía un dulce olor del este.
Los pasos se
sucedían uno tras otro de forma lenta e intermitente, los ojos de ella cada vez
miraban más hacia el suelo y sus puños cada vez con más fuerza se apretaban — Su pasaporte por favor—. El tono firme de un
hombre adulto la despertó de sus pensamientos, le miró con los labios mordidos
y levantando su mano para enseñarle la tarjeta de la OITAN que había recibido
hace no mucho. —Muy bien puede pasar, que tenga una estancia
agradable—.
Por fin pisó el
barco por dentro, una amplia estancia color dorado y plateado la rodeaba con
una lámpara de brazos alargados y bombillas verde esmeralda como corona del
salón. El resplandor del atardecer entraba por las cristaleras siendo bloqueado
su trayecto por la muchedumbre, haciendo imposible admirar la zona por
completo. Las vidrieras que tenía aquella embarcación enseñaban un dibujo de un
castillo cubierto con un par de grandes alas blancas. Una larga alfombra roja
con detalles amarillos conducía hasta el centro de la estancia, debajo de
aquella gran araña brillante colgando del techo, desde allí se dispersaba y
llevaba a otros sitios, la cocina, los camarotes, el sótano y finalmente los
asientos.
El cabello azul como el mar de la maólica brillaba con
el fulgor de las bombillas mientras seguía su camino de forma inconsciente
hasta sentarse en uno de los muchos asientos colocados en fila, de cara a un
bar llamado “El mercader”. Suspiró y elevó su rostro hasta mirar el techo y sus
focos de luz blanca ordenados en hileras. Tan solo esperaba que aquel viaje no
durara mucho, pero aunque así fuera, ¿qué debería hacer a continuación?
—Eres demasiado blanca, me estas dejando ciega— Escuchó una
voz suave femenina, la misma de antes.
— Perdona…—
— Chica pero anímate,
me llamo Delyra, ¿debería llamarte bombilla? — Interrogó sin esperar una
respuesta.
— Puedes… puedes llamarme Sekime, ni bombilla ni nada, solo…
solo Sekime—
— Que nombre taaaaan aburrido, te quedas como perlita, te va
que ni pintado. —
— ¿Perlita, porque? — Su mirada se perdió
en las cercanías hasta que comprobó que la muchedumbre aun se encontraba
hablando en el recibidor principal.
— Pelo azul como el mar y pelaje blanco como las perlas, como
dije, que ni pintado— Soltó una risilla
más similar al sonido del grillo que a una risa normal y corriente.
— ¿Y qué pasa con mis ojos? — Contestó señalando
sus pupilas rojas como el rubí.
— Los he visto, pero como diría mi madre: Si algo molesta,
simplemente olvídalo—
— ¿Qué forma de educar no? —
— Cómo si importara
la forma de educar, y hablando de educar, ¿voy a educar a mi estómago vale? —
Se levantó de un salto dirigiéndose hacia “El mercader” sentándose en una de
las sillas altas de la barra.
— Tu esto…—
Un ensordecedor
sonido evitó que terminara sus palabras, dando comienzo su primer viaje,
avanzando entre las aguas hacia un continente nuevo para ella.
La maólica se
levantó y apretó los pies para evitar caerse de cabeza al suelo, apoyó una de
sus manos en la silla, si quería explorar un poco aquel mastodonte de metal en
el que se encontraba tendría que esperar, lo que antes era una oleada de bocas
parlantes en medio del salón ahora dejaba ver un pequeño estanco en el medio,
vendiendo desde camisas hasta artículos de recuerdo de Veritia. Avanzó con
cuidado sus pasos pegándose a la pared, a su izquierda ya se podía a Delyra
comiendo un bocadillo con un refresco en un vaso cercano. Desvió la mirada
rápidamente y siguió avanzando.
Esta vez un
claustrofóbico pasillo, con pequeñas ventanas a su derecha que dejaban pasar la
luz del sol y una sucesión de camarotes a su izquierda. 45, 47, 49, 51 decían
las pequeñas placas de metal a los lados de las puertas mientras iba caminando
como podía.
Se detuvo en seco al
ver al joven que instantáneamente reconoció de cuando la llevaron al puerto. Un
elfo de complexión más delgada y más bajo que ella, se cubría con un traje elegante
color negro junto a un sombrero de copa del mismo color con una pluma de cuervo
como ornamento. Su pelo, del mismo color que su indumentaria, caía en mechones
hasta sus hombros mientras que sus ojos, naranjas y afilados como los de un
maólico se fijaban en ella, como si quisiera verla arder.
— ¿Pero qué? —Musitó
desviando la vista.
— ¿Acaso no tienes
ojos en la cara gatita? —Su voz era fina, pero áspera como la lengua de un gato
y la piel del cocodrilo.
Aquello detuvo por
un breve instante su corazón, apretó sus puños y abrió lo suficiente su boca
para enseñar sus colmillos, afilados como puñales al tiempo que empezaba a
gruñir como si fuese un animal salvaje.
— Chica respira
hondo que te me sulfuras— Aquella voz no era del elfo, era de la joven que
acababa de conocer—
— Delyra…—
Su voz la devolvió a
la calma que tenía antes de aquella palabra.
— ¿Tus papás no te
han enseñado que no se le debe llamar gato a un maólico? Es un insulto muy
grave—
El elfo las miró
dejando entrever unos dientes puntiagudos como dagas—He oído cosas peores,
además, fue ella quién se chocó conmigo—.
— ¿Acaso importa
señor pupila? — Espetó mirando a la neko que se encontraba ahora mismo con la
mirada perdida en el parquet.
— Señor pupila…. —. Repitió
incrédulo— Esta bien perdona o lo que sea, me debéis una—.
Acto seguido se dio
la vuelta y se alejó de ambas, dejándolas con un pensamiento en común, las
ganas de no volverlo a ver.
— Ya te he salvado
dos veces perlita, ya veré como me las devuelves—
— Espera…. ¿Cómo que
dos veces? — Sus ojos volaron al instante desde el suelo hasta los de la rubia,
al igual que sus puños se relajaban y estiraban.
— Una del señor
pupilas y la otra de tener que cargar por la ceguera en todo el barco—
Aquello la tomó por
sorpresa siendo interrumpida antes de poder pronunciar palabra.
— Voy a mi camarote
ya, será mejor que hagas lo mismo perlita del océano, no… es mejor perlita a
secas—
Una de sus manos se
apoyó en el hombro de Sekime y junto al guiño de uno de sus ojos lilas entró
por la puerta de la izquierda, número 51.
—Yo no tengo la
culpa de nada— Murmuró tarde, ya nadie la escuchaba.
Suspiró con fuerza,
su habitación era la 33, lo sabía gracias a Dresh que había hablado para reservar
el camarote. Encaminó sus pasos hacia allí aprovechando que se empezaba a hacer
de noche y la luz ambiente que entraba por los cristales se iba oscureciendo.
Las manecillas de
reloj llegaron a marcar las 8 y 23 minutos cuando ella alcanzó la puerta.
Número 33 decía la placa de metal de la izquierda, debajo de ella se veía
escrita la palabra reservado.
Agarró el picaporte
de hierro rojizo para entrar, la estancia en el interior estaba en la penumbra,
una pequeña lámpara de brazos se alzaba anclada al techo, encima de una
alfombra roja ornamentada. Una cama protegía la pared color sepia y debajo de
esta una caja fuerte y una nevera gris que parecía no haberse abierto en mucho
tiempo.
Los pasos de la
maólica resonaron como las manecillas de un reloj, cerró la puerta tras de sí y
miró alrededor. No tenía equipaje, ni siquiera había tenido tiempo de
prepararlo después de todo lo sucedido en casa de Kreive. Negó con su cabeza
intentando olvidarlo todo sin demasiado
éxito, echó su cuerpo en el colchón y mirando al techo cerró sus ojos color
sangre.
La luz del amanecer
la despertó a la mañana siguiente, se estiró un poco y restregó sus manos por
sus párpados para apartar las legañas que le daban los buenos días. —No quería
dormirme…— Pensó mientras se levantaba. Sus manos fueron moviéndose para
quitarse la chaqueta, una oreja completamente blanca con un interior de tono
rosa junto a otra completamente despedazada salieron al aire libre después de
todo un día con la capucha puesta para ocultarlas. Dejó la cazadora en el
respaldo de roble de una silla junto a la ventana y se agachó para abrir la
nevera que vio el día anterior, dentro había una cerveza, un refresco de fresa
y una tableta de chocolate sin abrir. Agarró tanto el refresco como el dulce
que había al lado. No sería un buen desayuno pero al menos serviría para llegar
al almuerzo.
Flexionó sus
rodillas para sentarse en la cama en la que hacía unos minutos yacía, sus dedos
tiraban de la platina que envolvía el dulce para acto seguido darle un mordisco
y mirarlo fijamente.
Unos golpes secos en
la puerta le llamaron la atención, no había contado el número de su
camarote por lo que resultaba extraño
que alguien tocara. Se levantó con prisas, no quería que nadie viera lo
ocurrido con su oreja, agarró la chaqueta y se la puso rápidamente junto con la
capucha antes de ir hacia donde provenían los golpes.
— ¿Si? —arrastró el
manillar para dejar ver el exterior.
— Abréme perlita o echaré la puerta abajo—
Esa voz
aterciopelada y fina era inconfundible.
— ¿A qué viene esa
forma de hablar? —
—Oh, ¿lo de abréme?,
siempre es bueno cambiar ¿no crees? Pero perdona si eres una enamorada de la
literatura— El sarcasmo que desprendía se hacía mas y mas evidente con cada
palabra que pronunciaba.
—Claro claro, en fin
¿qué quieres? Es muy temprano acabo de despertarme—
—Precisamente por
eso, para desayunar juntas—
Los labios de la
rubia se abrieron de par en par en una tremendamente alegre sonrisa al tiempo
que levantaba sus palmas agarrando un sándwich mixto y una botella de agua.
— Mmh… bueno vale
pero ¿cómo has sabido donde estaba? Nunca te he dicho mi camarote—
— ¿Acaso no es
obvio? Simplemente fui de uno en uno mirando y preguntando, ahora apártate que
no eres un palo precisamente—
Una vez mas no sabía
que responder, quería preguntar por qué había hecho eso pero quizás no era
necesario descubrirlo.
Se apartó a un lado
para dejarla pasar, la maólica no parecía estar molesta, si bien no estaba
gorda, era innegable que no era flaca.
— ¿Te han dicho
alguna vez que eres como un caballo desbocado? —Susurró lo suficientemente alto
para resultar audible al ver como entraba alborotada y colocaba su comida en la
mesilla de noche.
— Eso es lo más
bonito que me han dicho nunca, tu tampoco estas mal—
Se tiró en la cama
sin cuidado mirando a la neko al tiempo que daba palmadas a las mantas para que
se sentara.
— ¿Te vas a sentar
perlita? Encima que he venido exclusivamente para verte a ti — Contrajo sus
labios poniendo una de esas muecas típicas de los niños tristes.
— Resérvate esas carantoñas,
no me gustan los niños y deja de llamarme así ya te he dicho mi nombre— Replicó
con voz seca haciendo lo que le decía y colocándose a la izquierda de su
visita.
—Sí, pero perlita te
sienta tan bien que se me ha olvidado— Abrió el plástico de su desayuno
mientras miraba a Sekime fijamente a los ojos —Lo cual me recuerda, ¿te has
dormido con esa ropa? Eres mi heroína—.
Alguien con buen
oído podría haber escuchado como tragaba saliva antes de responder. —Si...
bueno se podría decir así—.
— ¿Y dime guapa, cuál
es tu apellido? — Tomaba un sorbo de la botella que había traído mirando a la
maólica con visible interés.
— No te acuerdas de
mi nombre, ¿Por qué iba a decirte mi apellido? —
—Oh vamos, lo dices
como si yo fuese la mala, tu nombre era demasiado complicado—
— Puedes tienes
suerte entonces, no tengo apellido, te libras de aprendértelo—
— ¿Ninguno? Vaya,
eso es…extraño supongo, el mío es misteal, ¿mola o no? — Ella lo confesó antes
siquiera de que le preguntaran, como si fuese ese su objetivo.
— ¿Misteal? Suena
extraño…—
— Bah, de extraño
nada, suena bien—
— Ahora que me doy
cuenta…— Continuó sin dejar a la peliazul hablar. — Estas hablando mucho más
que antes, pero es normal, es que soy maravillosa—
Era verdad,
inconscientemente se estaba empezando a mostrar más activa en compañía de
Delyra.
—Cierto…ya hacía
mucho que no hablaba tanto con alguien— Afirmó terminando de desayunar y levantándose
de la cama.
—Es normal, tú
tranquila, yo cada día también soy distinta—
— Vas lento… ¿terminas
ya de comer? —
—Después yo soy el
caballo desbocado, ya estamos llegando al puerto, hay que aprovechar—
—Espera… ¿Qué? — Su
corazón empezó a latir cada vez más rápidamente, no tenía idea de que hacer una
vez llegara y esperaba que tardaran más. Salió a cubierta llena de
inseguridades.
El viento la golpeó
en la cara al salir obligándola a agarrar con fuerza la capucha con el objetivo
de que no dejara al descubierto sus orejas, se alongó a las barras en medio de
un gran grupo de personas, entre maólicos de todo tipo y humanos.
A lo lejos se
hicieron realidad sus temores, se divisaba una extensión de tierra cubierta con
niebla, unas montañas solo visibles si afinabas la vista y mirabas el fondo, un
olor a gasolina y un aire frío que entumeció sus dedos. A la derecha, en la
cima de una cumbre un faro, ahora mismo apagado y un grupo de gaviotas sobrevolándolo.
Notó algo apoyarse en
su hombro que habló sin darle tiempo a girar el cuello— ¿Bonito eh? Tenías
ganas de llegar por lo que parece, saliste escopetada— La voz de Delyra inundó
sus oídos.
—Si…supongo— La voz
de esa chica ya estaba empezando a resultarle agradable.
— Una vez lleguemos
te echaré de menos perlita, tengo el dinero de mi madre así que empezaré en algún
hotel a vivir—
— Yo no tengo ni
idea… —Contestó sin esperar la pregunta lo que parecía agradarla a juzgar por
su sonrisa.
—Vente conmigo
entonces, lo pasaremos bien, yo seré el caballero oscuro y tu mi pequeña
acompañante—
— ¿Pequeña? Si tienes
que ponerte de puntillas para apoyar la cabeza en mi hombro—
—Como diría mi madre…—
—Si molesta,
olvídalo— Suspiró con fuerza.
—Exacto perlita, y
mueve tu gran culo que ya estamos desembarcando. — Se apartó y desapareció
corriendo hacia el vestíbulo.
Por un momento la
maólica se miró no llevaba mas equipaje del que llevaba puesto, así que solo
quedaba esperar.
Sólo media hora más
tarde, a las 9 y 40 minutos se estaba formando la cola para bajar. En medio de
esta Sekime, seguida de su, en este momento, primera amiga llevando las maletas
con las que había entrado el día anterior. El tiempo fue pasando cada vez más
lentamente, los segundos parecían minutos mientras esperaban y daban sus últimos
pasos en aquel ferry.
— Una vez abajo
estará esperándonos un taxista, nos llevará a nuestro hotel, cuervo algo creo
que se llamaba, no estaba escuchando cuando me lo dijeron—
— Aja…— Estaba
escuchando, pero también dudando—
—Tu tranquila guapa
que yo me ocuparé de ti, mañana te llevo el desayuno a la cama si es que me
levanto—
Su risa que continuó
a sus palabras era tan estridente que podría despertar a los muertos
— A eso si que se le
llama inseguridad— La neko solo giró su rostro para mirarla de soslayo.
Agarró su cabeza y
la obligó a mirar al frente, ya habían bajado completamente del barco y la
gente empezaba a dispersarse.
— Sekime…bienvenida
a Bellbriel—
Por fin está aqui el primer capítulo, porfavor comentad y dejad vuestra opinión, estaré encantado de leerla y ver las criticas.